Para los que viajamos el mundo con un dobok en la mochila y llevamos años haciéndolo, existe un interrogante difícil de responder. Es casi una cuestión metafísica. ¿Por qué el taekwon-do tiene tantos adeptos en Argentina? Quizás no hace falta contestar esta pregunta. Solo basta decir que en Argentina existe verdadera pasión por el taekwon-do ITF. Que no hay país con tantos grandes maestros y maestros. Que da gusto entrar a una clase y ver más de veinte cinturones negros, siempre. Que uno va por la calle y es difícil no cruzarse con un niño ilusionado y vestido con dobok.
Llegar a Argentina con mi primer dobok de subum nim fue especial. Fue un viaje de placer, por supuesto. Sabía que me encontraría con amigos del taekwon-do, de aquí y de allá. Y así fue.
El examen
legué con un objetivo: mi examen de sexto dan. A los dos días del vuelo, el Gran Maestro Ricardo Desimone, noveno dan, me tomaría examen en uno de los gimnasios donde imparte clases. Ese lunes, horas antes, fui invitado por mi maestro, Sajium Nim Marcelo Vatrano, a una clase. Allí compartí con él y otros cinturones negros el placer de participar de un entrenamiento en el que uno es alumno. Agradecí la oportunidad para repasar y terminar de preparar el examen.
Por la noche, Marcelo Vatrano me acompañó a hacer el examen, gracias a la amable autorización de Ricardo Desimone para que el maestro que me dio mi primera clase hace ya casi 30 años pudiera presenciar tan importante hito para mí.
Los tres conversamos largo rato acerca de nuestra visión del taekwon-do, de su evolución, de las diferencias del arte en América y Europa, de un mundo que ya todos hemos transitado lo suficiente como para tener una visión sólida.
Después nos pusimos manos a la obra. Tul, defensa personal, combate preestablecido, algunos rompimientos… lo típico de un examen. Al finalizar, el Sasum Nim Desimone me comunicó que había sido promovido a sexto dan y, en un gesto emocionante, pidió a Marcelo Vatrano que me entregara un diploma acreditativo de su escuela que decía “Alejandro Veyssiere. VI Dan”. Un momento conmovedor, junto a mi maestro, aquel que a mis cinco años me quiso explicar que el taekwon-do era esto. Ahora lo entiendo un poco mejor.
Taekwon-do, la comunidad
Además de conocer el mundo, el taekwon-do me ha permitido conocer gente maravillosa. Por una cuestión de orígenes, muchos de ellos viven en Argentina. Y cada vez que viajo aprovecho para compartir un café, un entrenamiento o lo que se pueda con ellos. Tuve la oportunidad de asistir al campeonato conmemorativo del décimo aniversario de la escuela del Sajium Nim Gabriel Méndez, compañero y amigo de toda la vida. Uno de esos maestro que a uno lo hacen sentirse orgulloso de haber aprendido junto a él. Es una persona que sabe exactamente qué es el taekwon-do, sus valores y da gusto ser su amigo. En lo técnico, impresionante.
El campeonato fue un hermoso reencuentro con amigos e instructores a los que recuerdo como niños entusiastas a los di alguna clase. En esos hombres y mujeres, con varios danes en el cinturón ya y un andar seguro por la vida, todavía puedo ver aquellas miradas de niños juguetones en aquellas clases de Villa Urquiza.
En el torneo pude ver al Sasum Nim Guillermo Ramisch, con quien siempre compartimos distendidas conversaciones. Ramisch ha sido quien me ha tomado mis primeros exámenes, y algunos más.
Unos días después, por supuesto no faltó la oportunidad de entrenar con todos ellos y muchos más amigos, en las clases de Marcelo Vatrano y Gabriel Méndez, donde uno se siente como en casa, muy querido, con tantas ganas de volver… Cuando uno vuelve a casa –y me refiero a donde nació el yo taekwondista- comprende el camino que siguió, y por qué ha tomado las decisiones que ha tomado. Nada es casual. Hay valores. Y donde hay valores hay un lugar donde nacieron. Volver a casa, a esos gimnasios, a esos compañeros y maestros, es entender un poco más el taekwon-do, un poco más lo que uno ha hecho con él, lo que uno quiere de él. Porque al final, y esto ya lo sé desde hace mucho tiempo, el taekwon-do es lo que uno quiera hacer con él. Y ya todos sabéis cómo lo vivo yo.
